miércoles, 30 de abril de 2008

Se crea un vacío culinario...

...porque Yuan cierra. Legendario restaurante chino en pleno corazón de la Milla de Oro, el Yuan significó para mí, mi familia y mis amistades el mejor restaurante oriental del Área Metro. Fue allí donde, durante mi adolescencia, probé por vez primera los dumplings al vapor, rica experiencia que catapultaría mis gustos hacia todo lo que tenía que ver con la comida china. Recuerdo también que llevé a almorzar allí a una maestra mía, pero de esa experiencia no hablaré ahora...esperen la novela.

Esta fue la noticia en El Nuevo Día (de hecho, el énfasis de la nota lo tiene el cierre de TGI Friday's, lo que no me molesta en lo absoluto desde el punto de vista gastronómico, ya que la comida de estos pseudo-restaurantes era mediocre y no tan saludable que digamos):

Zabó y Yuan también se van

Asimismo, hoy será el último día de operaciones del restaurante oriental Yuan, ubicado en el Royal Bank Center en Hato Rey. El restaurante, que operó por 24 años, dejará fuera a 15 personas. Su dueño, según informó un empleado, se dedicará a otros negocios.

domingo, 20 de abril de 2008

Lorenzo Helguero, invitado de la Tribu, y cuatro poemas suyos

Insomnio
Lorenzo Helguero
Álbum del Universo Bakterial
Lima, 2006
103 pp.









"Soy inmortal: dichoso es el que sueña
y no traza en la noche vanos versos
".

Esto es una deuda largamente adeudada.

La cumplo hoy porque he releído este poemario en momentos que desesperadamente lo necesitaba. Y lo que he leído es una ofrenda de amor (si es que éstas se pueden leer del todo). Amor a Rosana, su esposa, pero amor también a la palabra, a la obsesión con los versos y con Darío y Borges. Pero también desamor al sueño, al descanso (a aquél que no sea sobre el cuerpo desnudo del amante), al estúpido letargo de hacer nada, a la embriaguez que irónicamente deja vacía a "la botella y la inútil poesía".

Hay algo maravillosamente personal en esta cuidada edición y en los cuidados versos que Helguero nos propone. Veintidós son los sonetos que componen Insomnio. Su lectura es íntima porque además del intenso mundo que respiran los versos, el libro es un cuaderno Moleskine, con todo y su hoja de información, con todo y su cinta elástica que lo mantiene cerrado. La poesía me embruja con su ritmo y salta de la página para apoderarse de mis propios recuerdos. Lo que Lorenzo transmite se filtra por los poros de mi vida y con ella se confunde.

Los poemas discurren con una intensa fragilidad y concisión; son como la palabra, la letra: un molde de no sólo significados, sino experiencias y recuerdos. Insomnio es también metáfora de un viaje: del viaje de la noche en vela y del Moleskine, objeto de rigor de todo artista y escritor viajero. El primer soneto, Historia de las Indias, nos embarca hacia el inicio de una aventura y de un devenir lleno de tragedias que son historias. Son las historias de Helguero las que se plasman en las pequeñas páginas del libro, sus mutaciones como en Pronombres, uno de mis sonetos favoritos, sus luchas y desafíos frente al cuaderno y dentro de la cama, en su pasado y en su presente. Son historias de catorce versos que terminan con Retorno, que es, al estilo de Borges, un final con esperanzas de comienzo.

La palabra

Ya no el silencio, sino voz que crece
y que llega confusa para ser:
por la página en blanco reaparece
la Palabra vestida de mujer.
Mostrándome sus senos me saluda,
como una perra en celo se me ofrece,
-me ha reconocido- se desnuda
y exige que la monte y que la bese.
Su revejida desnudez me tienta,
me ofrece la canción y la tormenta,
la tortura y el ritmo, el mar, la ola.
Sus látigos me llenan de lenguaje;
me vence, me despoja de mi traje
y en esta misma página me viola.

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Pronombres

De tanto amarte oscura y vorazmente
hoy confundo mi cuerpo con el tuyo
y mi mente desnuda con tu mente
(tu nombre es Fuego y es Espasmo). Huyo
de lo que fui, me alejo de mí mismo,
de mi historia y mis letras inconclusas;
caigo en la noche: ya no soy el mismo
que escribía en los senos de las musas.
Ahora me llamo Espasmo y también Fuego
y en la ardiente unidad del mismo dúo
todo mi cuerpo en llamas te lo entrego.
Tengo tu piel y tú tienes la mía.
De pronto hemos cambiado: yo menstrúo
y tú escribes feraz la poesía.

₪•₪•₪•₪•₪•₪•₪

Of
renda

Te doy todo de mí: mi dentadura,
mi pecho atormentado por el asma,
mi cadáver despierto, ese fantasma
que se empeña en hacer literatura,
la inmensidad de despertar y verte,
los vellos de mi pierna y de mi mano,
mis cánceres futuros y el humano
temor a la certeza de la muerte.
Te entrego todo, aun el alfabeto
de mi sílaba impar, el apellido
que me encierra en la letra y que me nombra,
las inciertas moradas de mi sombra,
mi indecible silencio, mi sonido
y el verso en que se muere este soneto.

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Retorno

El tiempo que es arena y es eterno
repite su camino: todo vuelve
a su secreto origen (se disuelve
la nieve que ha de ser en otro invierno).
El sendero es un círculo. Regresa
el olor de mi infancia silenciosa,
el pequeño jardín donde la rosa
una vez más a florecer empieza.
Lo que ha sido será (también la casa
que hace tanto perdí). El tiempo pasa
y es el recuerdo un fuego que no quema
y es la memoria flama que no arde.
En una mágica y confusa tarde
alquien escribirá este poema.

Lorenzo Helguero (Lima, 1969) estudió Lingüística y Literatura en la Universidad Católica del Perú. Ha publicado los libros de poesía Sapiente lengua (1993), Boletos (1993), Beissán o el abismo (1996), El amor en los tiempos del cole (2000) y Poeta en Washington D.C. (2004). Poemas suyos han aparecido en diversas revistas y antologías. Actualmente realiza estudios de post-grado en el Departamento de Español de Georgetown University. Contacto: lhelguero@yahoo.com. [Información tomada de la edición de Insomnio].

viernes, 18 de abril de 2008

Tres, Estarbuquerías

Mi ciudad cafeinada

Demetricus, luchador amateur

La fina frontera que separa mis fantasías de la realidad colapsó en ese preciso momento que Demetricus contestó su móvil en el Estarbucs de El Señorial. Dijo que él mismito había buscado a una señora que le enseñara a coser para que pudiera hacerse los trajes. Luchaba en una localización no enunciada en el amplio sector de Barrio Obrero. Allí se dan las mejores peleas, no busques nada más. No entendí si era por el alcohol, el dinero que le pagaban o las adolescentes en hot pants que se trepaban a la lona de vez en cuando para animar a los fanáticos.

¿Los colores? El azul, dorado y negro. Una ‘D’ mayúscula en el pecho resplandeciente entre rayos de oro. La máscara combina con el atuendo y una explosión de lentejuelas circunda los huecos por donde los ojos se asoman. Los guantes de cuero blanco y las botas inmensas de militar. En la lucha amateur casi todo se vale y bien escondida entre la media del pie izquierdo guardaba un hermoso puñal que había heredado de su papá. Sólo por si acaso, se decía todos los viernes y domingos de lucha.

Cuando Demetricus enganchó, tomó los dos Frapuchinos que le habían preparado para llevar y, virándose suavemente para evitar golpear a alguien con la macana y el revólver que llevaba ajustados al cinto, lo vi salir hacia la patrulla donde lo esperaba Papote, el Mastodonte.

Infusión

Pido té no porque no me guste el café. Pido té porque me sale más barato en este momento en que no puedo vivir del cuento. (Pero consideraré los Frapuchinos a ver si me convierto en luchador clandestino).

La ciudad del T

Navidad frente al Charles

Me llamó para preguntarme si me acordaba de lo que le había dicho ayer en una fiesta de blanquitos que no paraban de tomar licor. Yo me disponía a servirle Coca-Cola porque así lo había pedido pero al instante me dijo no, que mejor quería de la Sprite que estaba justo al alcance de sus dedos. No estaba muy acostumbrada a la caballerosidad caribeña, muy bien, así que mejor me voy con tu amiga a la fiesta de mañana de la compañía, sobre todo porque tú estarás con tu familia y tu papá es jefe mío.

A su pregunta le dije que sí, que todavía mi oferta estaba en pie, que iría con su amiga, también llamada Allison. Y antes de enganchar, mientras ya me disponía a volver a mis escritos en este Estarbucs justo en la estación de Newton Center, me informó, como para implosionar cualquier cerebrito de mi parte, que mi número lo había obtenido de mi supervisora y que cool, nos veríamos en el vestíbulo del Museo de las Ciencias a las ocho.

Cuando Boston cambie

De ahora en adelante, cuando hurgue en mis recuerdos la ciudad de Boston te veré. Vendrás envuelta en ellos como la leve neblina que se apodera de sus calles en el invierno, a la luz de los faroles. Y me encantará de la misma manera que me encantaba el dulce aroma que sentía en mi escritorio y te delataba aunque estuvieras callada e inmóvil. Estos meses han sido una angustia por sentir esa urgencia mía de querer lo prohibido: marcaba tu número para llamarte e inmediatamente enganchaba; te miraba a los ojos y enseguida rebuscaba mi mirada; te hablaba porque no podía evitarlo pero callaba porque a las cinco de la tarde, en una oficina, no se hacen las mejores invitaciones para salir. Fueron unos meses en que me hiciste sentir bienvenido a una extraña ciudad, en los que me hiciste los días en el trabajo más placenteros, meses en los cuales aguardaba impacientemente la hora del almuerzo. Ahora te vas y en mi testarudez te despido, deseándote lo mejor, al mismo tiempo que me repito: ¿qué hubiese sido? Te vas y te escribo apurado, en español, lo que no te pude decir.

sábado, 5 de abril de 2008

Dos, Feisbuquerías

El oleaje pródigo de marzo

Las olas no inundaron mis ventanas abiertas

Nadie advino con la genial idea de crear un evento para ver las fuertes marejadas de finales de marzo. Veinte años que solamente los estudiosos del tiempo conocían y a todos nos tomó por sorpresa. Los años pasan y el mar pareciera ser el mismo, pero las costas delatan la erosión y el calentamiento global, una catástrofe inminente. Justo cuando hablamos de construcciones y demoliciones en la zona marítimo terrestre, el mar, como siempre, sin pedir permiso, reclamó lo que ingenuamente creíamos era nuestro.

Nadie quiso abrir un evento para reunirse y ver las aguas tropicales embravecidas; es que el mar lo tenemos por dado; la sal, la arena, el sol: no hacía falta traducirlo a código html. Todos sabíamos cómo sobrellevar el laberinto de nuestros días -y ciudad- para llegar a las costas. La formalidad de las invitaciones (más bien la necesidad isleña de estar frente al mar acompañado) fluyó como antes: de boca en boca, por teléfono, hasta quizás con una nota adherida a la nevera.

No hizo falta una invitación electrónica ni pedidos de confirmaciones. Una ironía de estos tiempos, como la que en una isla rodeada de agua nos haga falta una ventana para ver el mar.

Dulce, dulce sal

Así...sabes...más...rica... Qué bueno que vi tu nota pegada en la nevera.

Los vientos de abril


Simplemente Santurce


No diré que hoy estuve por Miramar. Ni lo escribiré para que todos lo vean. Tampoco diré que oriné en un baño hermoso y bien ventilado, con las ventanas abiertas que daban al cielo y a las copas de los árboles. Ya no escribiré nada para que sepan lo que estoy haciendo. Si alguien me pregunta, le diré que entré al Colegio de Abogados para evitar pasar frente al Bistro du Sud.

Y si me detienen en la entrada preguntaré: "¿Dónde queda el baño?".

X-Me(n) o la mutación de la palabra


La última vez que le hice un poke fue para que entendiera que las causas del amor son eternas y no instantáneas. Y para que supiera que me cansé de escribir.

miércoles, 2 de abril de 2008

Uno, Kitscherías

En el Tren Urbano

En mi cara todos los ojos

Tan pronto entré me pegaron los ojos y no me soltaron. Todos: viejitas, señores, adolescentes, los casi veinte empleados públicos, la gorda con camisa de leopardo que está pidiendo una orden a KFC, el alguacil judicial que juega con las letras en su jacket que deletrean la palabra 'Tribunal'.

¿Me miran el pelo aplastado por el sombrero con la pluma de ganso? ¿El nítido jacket Puma azul que no combina con el sombrero? ¿El inmenso bulto de computadora que no lleva computadora alguna, sólo libros y hojas sueltas?

¿O se me nota en la cara que acabo de chichar?

5:05 PM

Entro, me mantengo de pie porque no hay asientos disponibles y rápidamente la oigo: "...ajá, un muslito quemadito...". Muslito. La palabra me llena, me provoca un rico comfort hogareño. " ...crujiente, esos que no son de la receta original". Ahora me invade el recuerdo al olor a grasa gracias a la 'r' de 'crujiente' tan bien pronunciada. "¿Que cuántos? Mijo, por lo menos dos". La esquina de la boca fulgorosa mostrando el camino del placer, las manos grasientas y la carne del ave entre las uñas. De fondo: el leve olor a limón de las toallitas húmedas. "Entonces, que no se te olviden los biscuits...las papas majadas que lleguen calientes y con gravy, que la otra vez llegaron to'as frías. El repollo que no esté congela'o.... Ay, sí, me comería esos muslitos con par de biscuits... Dale, avanza". La respiración entrecortada y los huesos devueltos al bucket para tirarlo todo a la basura. Música de fondo: debería ser la del telenoticiero de las seis, pero lo que escucho es, "Próxima estación, Las Lomas".

Esa linda palabra(,) kitsch

La casa de cuchillas voladoras

En esta casa se come bajo el inmenso dragón dorado que bota fuego y pone huevos. Los huevos, evidentemente, me los como en el egg-drop soup.

St. Mark's Place

'ta madre que no quiero comer y me dicen que las encuentre por St. Mark's porque están bruncheando a las 10 de la mañana. Estoy harto de las cuatro horas del Chinatown Bus que me trajo de Boston y ahora quieren que me monte en un jodío taxi y que las encuentre en St. Mark's. Que si el brunch del sábado y lo que yo quiero es caminar por Nueva York, a ver si finalmente me consiguen taquillas para Broadway... Yo lo que quiero es soltar mi bulto en su depa, lavarme aunque sea la cara: no, vamos a vernos en St. Mark's, calle de tattoo parlors, de librerías vegetarianas (y lésbicas), de restaurancitos hole-in-the wall tan caros como sólo Nueva York sabe hacerlos y como sólo los nuyorkers saben encontrarlos.

Le dejo cinco pesos de propina porque el taxista (odio a todos los taxistas del mundo, me digo cuando me estoy bajando) no tiene cambio para mi $20. La llamo y me dice que está en el lugar más kitsch de la calle, pero carajo, le digo, estoy en St. Mark's -paraíso también de turistas que llegan del Midwest y de una ínsula que no ha alcanzado la madurez del post-colonialismo y se maravillan por las amplias aceras de esta otra ínsula, Manhattan-: aquí todo es jodidamente kitsch.

Al lado del tercer Starbucks que veo en apenas dos cuadras, me encuentro frente al lugar más kitsch. Entro y el rosa chillón me ensordece. Mientras busco con mis ojos un silencio, me doy cuenta que no hay paz que encontrar: las paredes están atiborradas de toda una diversidad de objetos que ni me puedo acordar. Un té, les ruego a las chicas que me esperan en un booth y luego les pregunto: ¿cómo coños se llama este lugar?

La tribu errante