miércoles, 27 de agosto de 2008

Mira la Muralla y unas causas no aptas para el público

En todas las ciudades que he visitado te venden camisas que leen: I climbed the Great Wall. Yo la subí pero no me la compré. En cambio, me regalaron una postal.
Desde acá arriba no se huele a los sobacos encebollados del Metro de París, ni a los acueductos de Suzhou y Shanghai. Aquí se huele a lo que por mucho tiempo ha existido. Es un aire eterno como eterna es mi tristeza...
Lo sé. Escribirte esa postal fue un acto de desafío.

viernes, 22 de agosto de 2008

China no sólo sorprende, te hace tomar fotos charras

Hagan click en la antorcha y vean el álbum de la Plazoleta Olímpica donde me volví loco y no paré de tomar fotos.

Convivir entre ellos: una olimpiada de por sí

Dejar a Beijing por Xi'an fue un poco difícil, pero no tanto como dejar atrás a China. Llevo dos días en Buenos Aires y extraño ser el foco de atención, la incogruencia hecha carne, en que tanto los chinos se fijaban. Extraño más la manera en que las chicas se vestían aún cuando mostraban ralos vellos debajo de las axilas. Todas con tacos hasta en la lluviosa Plazoleta Olímpica, en la Ciudad Prohibida o sobre las piedras milenarias de la Muralla China. Con traje de noche muchas, con lentejuelas las más provocadoras, las chinas están ciertamente acomplejadas con su baja estatura, pero qué bien se ven. Están entonces las más guerrilleras, con peinados a lo Laura Om, que se aglomeran en Shanghai. Con minifaldas, la cuerdita roja alrededor del cuello que sujeta el jade que esconden entre sus pequeños pechos y sus ojos que seducen por su tan apabullante otredad.

La moda tan cargada que exhiben las jóvenes chinas es el indicador más certero para entender que la China comunista no existe. Lo que hay en su lugar es un estado autoritario con el cual la mayoría de la población está dispuesta a vivir a cambio de tiendas Gucci, Internet gratis y vigilancia del estado las venticuatro horas a través de las cámaras de seguridad que están hasta en las fachadas de los monumentos históricos.

El deseo de superarse y el orgullo que los chinos sienten por su trabajo y país también es asombroso y conforma el único peligro real a la autoridad del Partido Comunista. Los compañeros del programa de Suzhou tienen un calendario cargado de clases de inglés, contabilidad y voluntariado además de su rigurosos cursos de Derecho. Algunos recién se hicieron miembros del Partido Comunista, pero no porque compartan su ideología, sino porque era algo adicional que poner en el CV. Son ambiciosos y quieren tener más. Recordemos que la clase media es la que históricamente pide y efectúa los cambios en las sociedades.

Luego está la doble actitud que los chinos tienen hacia los demás. Pude notar como en muchas ocasiones los chinos tienen una sólida línea bien trazada en lo que es relación de trabajo y relación personal. Esto se demuestra también en las calles donde es tierra de nadie y ni las bicicletas le ceden el paso a los autos y peatones. En general, el chino solo brega bien en su círculo interno de familiares y amigos. Las generaciones de jóvenes como con los que compartí tienen una mentalidad en evolución, pero todavía no ha cambiado del todo y muchos no entendían que algunos de nosotros, occidentales, los invitáramos a dar un paseo por la ciudad o sentarnos a tomar un té. Algunos sólo lo hacían por su deber como anfitriones y otros como un mero favor al extranjero. Ya luego, cuando se empezaron a desarrollar vínculos de amistad, el acercamiento fue cambiando y las salidas se hacían por la única y gratificante razón de disfrutar de la compañía mutua.


China te atrapa, tan bien o peor como la china que ante tus galanterías te contesta en Business English.

Hoy caminé por la Plaza Lorea en el mismo centro de Buenos Aires y sentí un nudo en la garganta al ver una sucursal del banco chino HSBC. El contacto que uno tiene con la China se da, casi seguramente, desde el primer hasta el último momento de la vida gracias a la proliferación de artículos Made in China, pero los que hemos visitado a China y nos ha gustado, hay algo que nos envuelve e impacta de tal manera que nos sentimos raros no sólo con ver el HSBC, sino con cualquier restaurante chino y con los carteles rojos comunistas de la hamburguesa de Beijing que McDonald's vende en Argentina. Lo que siento es, sin dudas, la nostagia del viajero, pero China ha desencadenado una nostalgia más intensa que luego describiré en otra entrada.

China no es un paraíso, pero el combo entero de inmensidad, historia y gente optimista (aunque trata de matarte en plena avenida echándote el ómnibus encima) te hacen pensar que (eso sí, fuera de sus ciudades contaminadas y basurales urbanos) te encuentras en un lugar especial y muy lejos de donde naciste. Esa lejanía es lo que produce cierto misticismo y es la causa del asombro en la gente cuando le digo que he estado por China y que pienso regresar porque me falta ver tanto más.

El nomádico, atónito, frente a los guerreros de terracota en Xi'an.


[Nota: Vean bajo Nomádica o La tribu en fotos, los últimos álbumes que he subido a Picasa. Todavía faltan subir las fotos de la Muralla China y de mi última parte del viaje, Shanghai.]

La tribu errante